No llueve.
No imagino un septiembre sin lluvia, ni una rubia sin labios gruesos y rojos.
Pero no, no llueve. El sol molesta de pesado y las mangas largas de mi armario
comulgan con fe cristiana por una tormenta ventosa y lluviosa. Pero no llueve,
ni una triste nube que regale una sombra bajo mis pies. A mí el sol me gusta.
Tanto, como para pedir asilo en Alaska en agosto. Pero no hay suerte. En el
norte, donde el verde predomina sobre la raza y las calles son tristes como un
blus, limpian su alma con el agua de agosto. Pero aquí, no llueve. Ni tan
siquiera humedecen las flores secas de los balcones las primeras gotas de una
lluvia sanadora y pura. Septiembre sin lluvia es una guerra a muerte de
banderas negras y sucias. La misma que desemboca todas las mañanas en el azul
de este cielo yermo y luminoso.
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lunes, 19 de septiembre de 2011
miércoles, 7 de septiembre de 2011
El trabajo dignifica al ser humano.
Para no
levantar suspicacias y malentendidos, me presentaré ante ustedes con un nombre
imaginario, digamos M. Trabajo en la
terraza de un bar, con lo que conlleva en psicología y en conocer a las
personas así, a la primera impresión. Sus gustos, sus manías, si son
olvidadizos, si tienen familia, si son atrevidos resueltos o maleducados. Si,
al primer golpe de vista ¿como lo ven?
Yo por lo general no soy de fiarme
mucho con la primera impresión, te llevas grandes decepciones. Miras a alguien,
lo ves, lo estudias, crees que tiene posibilidades y luego, nada de nada.
Listo, pelao, mojama. Es lo que tiene, me dijo un día mi compadre Manuel, a él si le nombro, por respeto, el es
toda una autoridad en las terrazas y yo solo llevo unos pocos años intentando
llegar a su nivel. Mis inicios fueron como los de todo el mundo, un encendedor,
unas gafas de sol, un teléfono móvil con más atrevimiento que distinción he de
reconocer y una sola condición: trabajar solo.
Les daré algunas normas de conducta
elementales para este negocio. La primera: no acudir jamás a terrazas valladas,
la huida es necesariamente un factor a tener en cuenta. La segunda: la avaricia
rompe el saco. No desvalijar dos mesas. Con una cartera en bolsillo ajeno
llamamos menos la atención del respetable que con dos, por muy fácil que
parezca el negocio. Y tres, nunca le des carrete a ninguna rubia solitaria de
buena planta y mejores pechos. Puede ser la mujer de Manolo y ese siempre
trabaja en pareja.
Como ven, vivo de las terrazas, aunque
la cosa está mal hasta para los rateros como yo. ¿Mi zona de trabajo?
Cualquiera donde sirvan cerveza bien fría.
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